Al tratar el tema de la Navidad ya comentamos la iconografía de la Virgen de la Leche que en Bizancio recibía el nombre de Galaktotrafousa, también se denomina Virgen Nutricia, Virgen del Reposo, Virgen de la Humildad cuando la lactancia tiene lugar en un descanso de la huida a Egipto.
El acto de la lactancia materna fue tema habitual de la Antigüedad y en distintas culturas
Desde la tradición egipcia pasaría al mundo copto y al cristianismo. Las primeras representaciones las encontramos en las catacumbas, como esta de la catacumba Priscilla (s.II) en Roma, representando una iconografía que tendrá continuidad en el tiempo.
Bien, hasta aquí nada original. Pero cuando la leche virginal se derrama sobre los devotos y piadosos de la Virgen, nos encontramos ante imágenes bien chocantes. No olvidemos que esta iconografía hay que ponerla en contacto con la cristianización del mito griego del nacimiento de la Vía Láctea.
Veamos. El alimento místico responde a una devoción popular que se extendió desde finales de la Edad Media como símbolo de la maternal misericordia -en este caso de María- hacia sus hijos -entiéndase, los fieles-. La Contrarreforma la consideró una iconografía poco decorosa por lo que acabó desapareciendo a finales del XVI.
Puede actuar como mediadora salvadora de las almas del purgatorio, Virgen del Sufragio -también Virgen de la Gracia-, como en esta representación (1517) de Pedro Machuca, en la que tanto la Virgen como el Niño-con aire juguetón- aprietan los senos femeninos para derramar el líquido redentor sobre las ánimas condenadas que abren desesperadamente la boca recibir la purificación
Fillotesi della Amatrice utiliza un esquema similar en esta Madonna de la Gracia. La leche se derrama sobre las almas que emergen del subsuelo.
En cambio en la tabla central del Retablo de la Virgen de la Leche (1410) de Antonio Peris, las gentes del pueblo piadosamente acuden con todo tipo de recipientes ansiosos por recoger las gotas caídas
El tema tuvo largo predicamento (a la izquierda representación del siglo XIII) hasta también acabar por desparecer con la Contrarreforma. Seguramente la obra más conocida sea esta de Alonso Cano en la que el milagro es contemplado por un cardenal que une sus manos en oración.
Pero hubo muchas representaciones de estas místicas visiones, aunque a veces no parecen tan místicas, repitiendo el mismo esquema: la Virgen con el Niño en brazos oprime con una mano su pecho para dirigir -lo más correctamente posible- un chorrito de leche a la boca del santo vestido con su hábito blanco cisterciense.El asunto aún tuvo sus réplicas en otros santos: San Pedro Nolasco, en las que el anciano monje se alimenta directamente del pecho mariano al tiempo que Jesús, o en San Cayetano, donde el santo desmayado recibe el alimento divino.
Sin tener relación exacta con las lactationes, el arte refleja como la sangre de Cristo redime al hombre de sus pecados. Es lo que observamos a menudo en la Crucifixión cuando los ángeles recogen piadosamente la sangre que mana de su costado (abajo, fragmento de Benozzo Gozzoli y Giotto) o más milagrosamente por san Francisco (Luca Crivelli)
Pero, Jean Bellegambe, un pintor francés del XVI, le da un giro al tema en dos trípticos. En el de la Sangre de Cristo, los ángeles recogen de la fuente mística la suma de la sangre que brota del costado de Cristo y la leche que mana del seno de María, para verterla sobre las almas del purgatorio. En el del Baño Místico, son los fieles quienes se zambullen directamente en la fuente con la sangre de Cristo -ayudados por la esperanza, a la derecha, y la caridad, a la izquierda-. Si prescindiéramos del contexto, la alegría y el afán en el aseo podrían más bien parecer la fuente de la eterna juventud.
El escritor romano Publio Valerio Máximo en los nueve libros Factorum et dictorum memorabilium (Hechos y dichos memorables) dedicados al emperador Tiberio y escritos en torno al año 31, intenta ensalzar las virtudes romanas por medio de anécdotas y relatos tradicionales o extraídos de historiadores y filósofos.
Entre las historias recogidas figura la de Cimón y su hija Pero. El padre, Cimón, estaba en la cárcel en espera de su ejecución, sin recibir alimento alguno, pero es precisamente su hija quien lo nutre con la leche de su pecho. Cuando un guardián descubre la piadosa estratagema, todos admiraron la bondad y devoción filial de la joven hasta el punto de que los jueces perdonaron y liberaron a Cimón.
Como símbolo de la caridad, una caridad pagana, el episodio caló en múltiples ocasiones en los siglos XVII y XVIII
En fin, también la mitológica leche salvó a ciertos héroes de las amenazas de muerte que les acechaban en su nacimiento. La de la cabra Amaltea, que alimentó a Zeus en la isla de Creta o la de la loba Luperca que en una cueva entre las colinas de los montes Palatino y Capitolio permitió sobrevivir a Rómulo y Remo.
Incluso algún santo, San Esteban concretamente, sobrevivió gracias a la leche de una cierva. Así lo representa Giovanni di Paolo en esta obra de 1450, con el santo niño ya coronado por la aureola de santidad. Tan nutritivos principios no evitaron que muriera lapidado (a la derecha, por Carlo Crivelli).